Llorando desconsoladamente la encuentro tumbada en su cama, las manos agarradas en el pecho, haciendo presión como si tuviera que romperse al soltar esa armadura. La tengo allí acurrucada como una niña pequeña destrozada por dentro e inquebrantable por fuera, aunque tiene la piel en carne viva por el doloroso presente y cicatrices del odiado pasado.
Tiene lo ojos anegados de lagrimas, las mejillas encharcadas y el pelo revuelto y aun así es la cosa más hermosa que jamás hubiera podido ver en mi corta vida, es algo tan luminoso como el faro que alumbra a los barcos extraviados en el mar, ella conmigo ha hecho lo mismo, me ha sacado de una oscuridad absurda y me ha arrastrado a buen puerto. No entiendo porque llora, no comprendo su sufrimiento y en ese momento levanta la cabeza y me apuñala con una fría mirada de dolor, de confusión, de infelicidad. La miro temeroso de que no le guste mi presencia tengo miedo de asustarla o confundirla, entonces se levanta aún sin sacarme los ojos de encima. Se seca las lágrimas que corren por sus mejillas y se frota la mano con el pantalón, intenta ofrecerme una sonrisa, una sonrisa triste, pequeña, casi imperceptible en sus labios tan blancos ahora como un copo de nieve, al fin y al cabo una sonrisa que no es sonrisa, es mentira.
Y de repente empieza a andar, se me acerca lentamente meditando cada paso que da hacia mi como si tuviera miedo de asustarme, yo pienso que cuando menos me lo espere empezara a gritar y me echara, pero no, hace algo mucho más inesperado. Me abraza, se lanza a mis brazos como una alma en pena que vaga por un mar de soledad "no me dejes nunca" y yo la estrecho contra mi, no quiero perderla.
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