Subes a este barco que me alejará de tí. Me alejará de tus ojos, de tu sincera mirada, de tu incansable alegría. Me alejará de aquella sonrisa dulce, fugaz, enamorada. Ésa sonrisa que me regalabas cada mañana al despertar. Ésa sonrisa que tanto deseaba encontrar al abrir los ojos, una sonrisa intensa, preciosa y rebosante de felicidad en cada centímetro de tus labios.
Tus labios, que dulces y llenos de pasión eran tus labios. Recuerdo cómo me gustaba recorrerlos con la lengua, eran tan suaves e intrigantes. En cada beso de tu boca había un dulce misterio. Un misterio que me incitaba a recorrer y a saber más de tí. Más de tu alma, de tus secretos, de tu cuerpo. Ése misterio que se encontraba hasta en tu respiración. Anhelaba el aire que respirabas cómo si fuera el mío própio. Lo deseaba con fervor. Era igualable al suspiro de un ángel. Un hermoso ángel que deseaba darme los buenos días cada mañana.
Un ángel que se aleja olvidando todo esto, olvidando la sensación de estremecimiento de mi cuerpo cada vez que suspiraba entre mis labios o me acariciaba la mejilla. Olvidando los inolvidables momentos que pasamos entre las sábanas de su cama. Olvidando esos suspiros de complicidad entre los dos, suspiros de loca pasión, de ardiente fuego, ése fuego que creábamos e incendiaba todo nuestro ser, el uno junto al otro. Sellamos un pacto que hoy se rompe con su marcha.
Ya no veo el barco, con él todos estos instantes han partido hacia un nuevo horizonte. Un horizonte por dónde empiezo a ver unos pequeños destellos de luz. És el sol, anunciando un nuevo día, anunciando una nueva vida sin tí.
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